4 de agosto de 2014

OTRO DÍA (MÁS)

Ahogo. Esa es la desagradable sensación que tienes cuando ocurre... Una mano opresiva e invisible que te rodea el cuello y aprieta sin piedad, mientras notas el embotamiento de tu cara y la saturación de ideas en tu cerebro, que se agolpan incesantes sin poder salir al exterior.

En ese momento de incandescencia particular, un grito de rabia quiere surgir de lo más profundo del alma; las palabras, azuzadas por la decepción experimentada, ascienden por el pecho como un fuego que arrasa tu garganta y calcina tu boca, sellada ahora con el amargo sabor de la derrota. Ha vuelto a suceder, te lo podías imaginar, aunque no por esperado ha sido menos doloroso.

Y quieres expresar tu inmenso desacuerdo, rodeado del viciado aire de la venganza; quieres pregonar al mundo tu enfado, aunque no seas capaz de ordenar tu pensamiento con claridad; te sientes defraudado y al mismo tiempo sorprendido por tu falta de previsión, porque no es la primera vez que ocurre: siempre ha sido muy hábil poniendo excusas para no verte, pero esta vez ha esperado casi hasta el final y por eso ha dolido más, si cabe.

Entonces te preguntas qué motivo existe para una mentira que intenta sonar a verdad y no lo consigue, para un puñado de frases que rezuman engaño, para un pedazo de falsedad que te quieren vender a precio de ganga. "Al menos ha tenido imaginación para construir una historia que se sale de lo habitual", piensas mientras tratas de buscar tú también una excusa para justificar su ausencia y endulzar la soledad que se avecina. Y deduces que ese motivo es uno y son muchos, pero no puedes concretar con certeza qué ha llevado a esta situación de rechazo y caos emocional. Comprendes que pueda tener su raíz en el pasado, cuando generabas daños colaterales sin pararte a pensar en las repercusiones futuras, pero hubieras esperado que el tiempo te ayudara a mitigar el destrozo, atenuando el dolor con el paso de los años. A parecer, no ha sido así...

La conclusión a la que te enfrentas, drástica pero real como un puñetazo en el estómago, es que no te quiere ver delante. Alguien que en su día, aunque de manera fugaz, fue tu luz y tu oscuridad, tu principio y tu final, tu sonrisa y tu llanto; alguien que ya hoy prefiere ofrecerte su engaño a cambio de no tener que enfrentarse a una incómoda velada repleta de sonrisas fingidas y palabras huecas. Un universo diferente, el suyo, en el que ya no tienes cabida ni presencia.

En cualquier caso, piensas que el día va a seguir siendo igual de bueno o malo; va a tener la misma rutina, el mismo juego retórico y fingido en el que el ratón caza al gato. Al final, la excusa para convertir su ausencia en injustificable huele a fracaso y sabe a rencor, por mucho que intentes maquillar el golpe. Es el momento de levantarse, fingir una dignidad que se tambalea y reconstruir de nuevo esa fortaleza que en su día se sostuvo con los cimientos de la confianza en uno mismo; al menos hasta que empezaron a poner excusas para no verte...

3 comentarios al respecto...:

Unknown dijo...

O sea que el protagonista de este relato se "cabrea" y quiere venganza porque le están haciendo probar de su propia medicina...

Si en su día generó "daños colaterales" sin tener en cuenta las repercusiones futuras... Pues ahí las tiene.

Da igual que intente "maquillar el golpe". En el mundo de ella: "ya no tiene cabida ni presencia".

Para mi y por lo que me transmite este relato, él se lo tiene merecido.

Mi canción: "Decalog IV" de Zbigniew Preisner.

Un saludo.

Unknown dijo...

Me olvidaba del enlace para la canción.

www.youtube.com/watch?v=NbU_PvzTosQ

Besos.

MIGUEL DÍAZ dijo...

Tajante y preciso: veo que tienes muy claro que el culpable es él. Sobre todo porque uno siempre es esclavo de sus actos y de sus palabras... por mucho tiempo que haya pasado. El rencor y el resentimiento son muy difíciles de borrar. Definitivamente, se lo tiene merecido...

Gracias por el comentario y por la canción

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