25 de enero de 2012

LA GRAN RIADA


























Sucedió un jueves en medio de la primavera. Pocas veces había visto llover de forma tan enfurecida como en esa tarde. Ni siquiera cuando vivía en el País del Agua, donde el verde del paisaje te rodea y respiras en la vida la humedad del ambiente. Durante unas tres horas, el cielo se decidió a descargar su exceso de equipaje, sumiendo a una ciudad aparentemente segura en una situación de extrema emergencia que pocos olvidarán. Seguro que más de uno se habría asustado con los ensordecedores truenos que salpicaron de intranquilidad el inicio de esa tarde… porque en principio tan sólo llovía y todo hacía presagiar que tal como había venido, esa lluvia acabaría yéndose. Pero lo peor aún estaba por llegar.
El inicio de los acontecimientos me sorprendió en el trabajo, ultimando las tareas del día pues quedaba poco para cerrar, aunque todos nos vimos obligados a suspender nuestras obligaciones cuando el apagón definitivo dejó sin luz a la práctica totalidad de la ciudad. Resignado a pasar el rato de la mejor manera posible, me asomé a la ventana a medida que mi preocupación crecía, dado el espectáculo que contemplé en ese momento: la carretera se había convertido en un inmenso río, por el que discurría veloz una gran cantidad de agua cuesta abajo, mezclada con piedras, barro y cualquier otro objeto (incluidos automóviles) que pudiera engullir a su paso.
Poco después, como quiera que sin electricidad nuestro mundo se reduce a lo más primitivo, decidí que lo mejor era relajarme y seguir soñando despierto, pensado en qué estaríais haciendo durante esos momentos de catástrofe natural en los que te sientes más insignificante e indefenso ante el poder de la Madre Naturaleza. Y ocurrió lo inesperado: caí en la cuenta de que mi teléfono móvil no tenía cobertura en absoluto y era imposible llamar, no ya desde el propio móvil, sino tampoco desde las líneas fijas del edificio. Completamente convencido de que algo más que serio se estaba empezando a armar, busqué en algún cajón del despacho una radio con pilas, para confirmar tras un par de minutos de escucha que la cuidad se encontraba sumida en el caos, con víctimas mortales de por medio, tras lo que parecía ser una gran riada.
Las horas posteriores fueron tranquilas y a la vez colmadas de una extraña sensación de desasosiego, pensando en todos los problemas humanos y todas las consecuencias económicas que tantos litros de agua iban a acarrear. Pero por encima de todos mis pensamientos, siempre salió a flote la preocupación de saber si vosotros estaríais bien y a salvo de todo eso. No tenía teléfono (algo fundamental) ni agua (qué paradoja!) ni luz, pero necesitaba saber si las cosas por allí, por nuestra casa, estaban tan mal como por mi zona, en donde se palpaba la desolación y el desastre. Recordaré toda mi vida el hecho de haber estado involucrado (aunque fuera “de refilón” y protegido en la planta 7 de mi edificio) en una riada de tal magnitud, pero también recordaré ese sentimiento tan incómodo de no tener ninguna posibilidad de saber nada acerca de las personas que más quieres y más te importan, estando tan cerca de suceder algo inesperado sin ni siquiera poder decirles “adiós; os quiero mucho”

4 comentarios al respecto...:

Humberto Dib dijo...

Estoy tan acostumbrado a comentar relatos de ficción que no sé cómo tomar éste...
Sea como fuere, me lo has hecho creer de tal forma que lo vivo como real.
Un abrazo.
HD

MIGUEL DÍAZ dijo...

Has acertado, Humberto... Éste es real, aunque algo maquillado.
Gracias por tu comentario.
Un abrazo!!

Unknown dijo...

Al igual que nuestro protagonista en su momento, yo vivo en el País del Agua y no dejo de reconocer que cuando tenemos lo que ahora se cataloga como "ciclogénesis explosiva", sigo pasando algún que otro rato de "susto".

Por suerte, nunca me he visto involucrado tal y como se describe en este relato, pero si es cierto, que si me pasase a mí, en lo primero que pensaría sería en mi FAMILIA.

Mi canción para este relato: "Family" de Brian Tyler.

www.youtube.com/watch?v=-rqW2yR2iI0

MIGUEL DÍAZ dijo...

Siempre que ocurre algo grave tiendes a pensar primero en lo que más quieres. En este caso, con más motivo, pues el protagonista desconocía el estado de su familia, que también podía estar afectada por la riada. Por fortuna, todo quedó en un susto...

Gracias y un abrazo!

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